Caricias en la ducha

domingo, 8 de agosto de 2010

Ya estoy despierta, pero no deseo abrir los ojos, estoy tan a gusto… quiero seguir así un poco más, que te despiertes tú primero, sé que si me muevo te despertaré.

Puedo sentirle a mi espalda, dormido como un tronco, de vez en cuando ronca suavemente. Me gusta que haga ese ruidito al respirar, me hace compañía y da tranquilidad, es como dormirse escuchando el tic-tac de un reloj. Un destello de luz me pega en los ojos aún cerrados y los abro. Por la ventana de nuestra alcoba, situada en el octavo piso, se ve un cielo negrísimo en el que destellan rayos, se avecina una tormenta. En el aire hay tanta electricidad estática que Napoleón, mi gatito, protesta en sueños. Estoy tumbada boca abajo en la cama, en mi hombro, veo los dedos de la mano de Daniel y siento su cara apoyada en mi otro hombro, y un peso caliente sobre mis nalgas. Con cuidado, cojo el espejito de la mesilla de noche y lo giro. Mi Daniel está también boca abajo, y su boca entreabierta ha dejado un circulito de saliva en mi espalda, y no puedo evitar sonreír; a él le da corte que le suceda eso y más cuando está sobre mí, pero a mí me resulta muy tierno. Su brazo izquierdo me mantiene agarrada del hombro. Sabe que si quiero, sería capaz de escurrirme de la cama y marcharme sin que él despertara… pero no quiero. Ya no. Hace mucho que no siento necesidad de huir. Es cierto, aún soy reacia a la idea de casarnos. Supongo que tarde o temprano acabaré aceptando por darle gusto, pero… es toda esa idea de sacrificio, de "hasta que la muerte nos separe"… ¿qué falta hace legalizar el amor? ¿Y si eso mata lo que siento por él, y si me siento atada, prisionera y resulta que no puedo soportarlo? Le quiero y quiero vivir con él, me siento a gusto con él y no quiero que lo nuestro se acabe… pero la idea del casamiento me aterra aún.

Girando el espejo, veo que Napoleón se ha aposentado sobre mi trasero, allí se ha hecho un ovillo y duerme tan tranquilo como Daniel, aunque el pelo se le ponga de punta por el ambiente eléctrico, pobrecito. Da como sacudidas en sueños, y finalmente se despierta. Le veo desperezarse por el espejito y sube por la cama, entre los cuerpos de los dos, intentando quitar el brazo de Daniel para ponerse él a mi lado. Dejo rápidamente el espejito y finjo que sigo dormida mientras Napoleón intenta colarse bajo el brazo de mi novio, lo que hace que éste se queje en sueños y finalmente se despierte.

-Mmmfghhh… …uto gato – le oigo que protesta y enseguida hace un sonido de sorpresa. Noto que algo suave acaricia mi hombro, limpiando el círculo de babas, y espero que sea un kleenex, porque es muy capaz de estarme limpiando con la sábana, pienso, divertida. Daniel es limpio por lo general, pero admito que yo lo soy más que él, hasta el punto de ser un poco obsesiva en ocasiones. Muy lentamente, para evitar despertarme, se inclina sobre mí y me besa la cara con mucha suavidad. Silencio. Sé que me está mirando y me cuesta seguir fingiendo que estoy dormida, pero lo hago de todos modos, porque sé que si despierto, se sentirá obligado a continuar y no deseo que lo haga por ese motivo. Despacio, sale de la cama y le oigo coger ropa e ir al baño. Va a ducharse. Esta noche me ha prometido cenar fuera, y sabe que yo tardo mucho más en ducharme que él. Apenas oigo el ruido de la ducha, me doy media vuelta en la cama. Por la puerta entreabierta del baño, le veo coger el champú y la crema de afeitar.

Sé que se siente un poco culpable, pero a mí no me ha importado, lo comprendo… Daniel volvió anoche de un viaje de trabajo, ha estado fuera un mes, trabajando a destajo, jornadas de más de doce horas diarias, sin domingos ni festivos, y anoche apenas durmió cinco horas, y eso después de hacerme el amor mientras dormía… había sido casi mágico para mí. Estaba soñando con él, le olía, le sentía cerca de mí, en el sueño flotábamos en el aire mientras lo hacíamos, y las sensaciones habían sido tan intensas, tan reales… me había encantado. Cuando me desperté y le vi a mi lado, me sentí eufórica, por un momento llegué a pensar que mi sueño se había convertido en realidad, no pensé siquiera que había venido mientras dormía, sino que había sido… magia. Después de comer en casa, nos habíamos echado la siesta, y habíamos empezado a juguetear, y… Daniel siempre tiene esa mezcla que tanto me gusta de dulzura y de maldad, es capaz de estrujarme sin piedad los pechos con una mano mientras con la otra me acaricia tiernamente la mejilla, pero esa tarde se me había echado encima y apenas al entrar… zas. Instantáneo. Toda la furia se le pasó de golpe y se puso como un tomate, y aunque yo intenté quitar hierro al asunto y animarle otra vez con caricias, basta que uno quiera quitar importancia para que el otro se obsesione, y entre eso y el sueño que tenía, no hubo manera de recuperarlo.

"Lo siento." Lo había dicho como veinte veces, "Lo siento, no sé que me ha pasado, lo siento, Mati, lo siento…". Pero yo le había sonreído, yo sabía que eso podía pasarle al más pintado y más arrastrando el cansancio que llevaba. Le hice recostar la cabeza sobre mi pecho, y le acaricié durante los pocos segundos que tardó en quedarse dormido. Yo hice lo propio, notando en mi nariz su olor que tanto me gusta. Daniel es un hombre estupendo, pero a veces le da muchas vueltas a las cosas, demasiadas. Sabía que ahora mismo, estaría haciendo un mundo de una nimiedad, un petardazo no implicaba que fuese a padecer eyaculación precoz, ni que se estuviera haciendo viejo… pero sabía que eso era lo que estaba pensando y le preocupaba. Y a mí me preocupaba que le preocupase a él, porque si se obsesionaba, lo más fácil es que volviese a pasarle. Sentía que me necesitaba con él, y yo misma quería estar con él, así que lentamente salí de la cama y me dirigí al cuarto de baño, desnuda como estaba, silenciosamente.

Podía verle a través de la cortina de la ducha, transparente y con dibujos de delfines. Estaba de espaldas a mí, con las manos apoyadas en la pared, dejando que el agua lo empapara, moviendo de vez en cuando la cabeza con lentitud. Daniel no es ya ningún pollito, pasa de los cuarenta y… Me saca más de diez años, pero yo no le cambiaría por el galán joven más afamado del mundo. Para mí, no hay hombre más hermoso que él, ni más bueno, ni mejor en todos los aspectos. Su cuerpo, desnudo y brillante bajo la ducha hizo que mi estómago diese un retortijón de deseo… tiene los hombros no muy anchos y su cuerpo ganaba en redondez conforme uno bajaba la vista hacia las caderas. El culito tampoco era respingón y se podía ver el perfil de la tripita, no muy prominente, pero ahí estaba. Él mismo se considera un hombre, siendo amable, poco atractivo, pero yo sólo veo una persona que fue capaz de sacarme de la prisión en la que yo misma me había metido, y que con todo su cariño y su paciencia, logró ganarme y derribar mis barreras… estaba a punto de convertirme en un ser solitario torturado por la culpa, y él me impidió que lo hiciera, ¿cómo no iba a adorarle? Sin pensarlo más, descorrí un poco la cortina de la ducha y me metí con él en la bañera.

Daniel volvió la cara, algo sobresaltado, porque no esperaba encontrarme allí, creía que yo seguía dormida. Le sonreí y abrazándole por el pecho, le besé los hombros. Me dedicó una sonrisa triste, pero enseguida me cogió de las manos para llevarme frente a él. El agua estaba muy caliente, pero aquello no me disgustaba, me gusta el calor. Daniel me miró unos instantes con los labios entreabiertos y finalmente me besó, con los ojos cerrados, jugando sus labios en los míos, abrazando mi cintura… después de casi tres años viviendo con él, sé distinguir bien los distintos tipos de besos de da. Está el "beso cortito" de saludo o despedida, una simple juntada de labios con sonido divertido; el "beso tierno", que es el que da cogiéndome la cara con las dos manos y que suele decir "no sabes cuánto te quiero/gracias/te quiero y lo siento/tengo ganas pero no quiero que se note mucho"; está el "beso cariñoso" que es el que empieza muy parecido al beso tierno, pero enseguida cambia porque echa las manos a la cintura o las caderas, usa la lengua con suavidad y a veces suspira un poquito, y suele decir "tengo muchas ganas de estar contigo"; luego está el "beso apasionado", más furioso que el anterior, usa la lengua mucho más intensamente, las manos se le van directamente a mis nalgas y lo que quiere decir está más que claro… Y yo, que me conozco esos besos y todos los demás que da, sabía que ahora mismo, bajo el agua de la ducha, me estaba dando un "beso desconsolado", en el cual cabecea constantemente, alterna los labios con frotes de cabeza para que le acaricie y le abrace, lo que hago inmediatamente, y que dice "estoy triste y necesito mimos. Quiero sentirme pequeñito y protegido; hoy quiero permitirme el lujo de ser débil y necesitado, no quiero ser el adulto".

Le acaricio la nuca y las mejillas, le beso por la cara, la nariz, y los párpados cerrados, le aprieto contra mi pecho y meto mis dedos en su cabello húmedo, acariciándole la cara con la mía. Me estrecha contra él, con fuerza y sin darme mucha cuenta, empiezo a mecerle ligeramente, de derecha a izquierda, muy despacio. Le oigo suspirar, como si acabara de soltar un peso terrible, y entonces se lo pregunto.

-Danielito… ¿qué pasa? Cuéntamelo. – Sé que hay algo que le preocupa, además de lo sucedido antes de la siesta. Supongo que será algo que lo combine, pero no sé que es. Me retiro ligeramente para mirarle a los ojos, el agua que le gotea de la cabeza y la nariz me salpica en la cara. Si me está mirando, no puede mentir, no puede decirme que no pasa nada y callárselo, por eso intenta mantener la mirada baja, pero sabe que le estoy mirando y por fin confiesa.

-Que soy un gilipollas…. Un gilipollas. – muy mal tiene que encontrarse cuando por lo general, no le gusta decir tacos, sólo los suelta cuando está muy enfadado o dolido, o cosa similar. Le miro, expectante. – Mati, a veces tengo miedo. Mucho miedo de que me abandones por otra persona. Durante el viaje de vuelta, el imbécil de Mendieta se la pasó contando historias de tíos que volvían de un viaje y se encontraban a su mujer con otro en la cama, y te aseguro que me sacó de quicio, y sé que no tengo motivos, pero me revolvió toda la cabeza, y que encima me pase esto, ha sido el remate… me asusta que me dejes por otro tío que no falle, o que sea más joven…

Ahora entiendo porqué ha tardado tanto en decírmelo y porqué estaba tan triste. Daniel sabe que mi ex era un paranoico que pensaba constantemente no que le fuese a dejar, sino que le iba a poner los cuernos con el primero que pasara por la calle. Su exceso de celos, además de otras muchas cosas, mató nuestra relación… y le mató a él incluso, algo que yo tardé mucho en perdonarme. Lo último que querría mi Daniel sería parecerse a mi ex en lo más mínimo. Le acaricio la cara, le beso un par de veces, y de nuevo le aprieto contra mí. En circunstancias normales, sé que tendría que sentir una presión sobre mi vientre, el calor de su hombría pidiendo sitio y exigiendo que me ocupase de él… pero hoy, nada. Su pene cuelga muerto entre sus piernas, como si mi desnudez, los besos y los abrazos no fuesen con él. A mí me da igual, si no puede hoy, ya podrá otro día, pero Daniel se siente avergonzado por la traición de su cuerpo. Precisamente cuando más ganas tiene de estar conmigo…

Se me ocurre decirle que le quiero, que sólo le quiero a él, que no me importaría incluso si nunca jamás se le volviese a levantar, aún así yo seguiría con él, y no por lástima… sino porque le quiero. Pero todo eso, son palabras vacías, lo que ahora necesita Daniel son hechos. Le tomo la mano derecha que conserva en mi cintura y la llevo a mis labios, le beso los dedos uno a uno, mirándole con los ojos entornados, la froto contra mi mejilla. Daniel me mira con su sonrisa triste y llevo su mano a mi sexo. Está a punto de poner cara de fastidio, pero siseo suavemente para que guarde silencio, y con la mano libre lo abrazo, mis pechos se rozan contra el suyo, empapados y cálidos, mientras muevo lentamente su mano, acariciándome con ella. En un principio, mi amante no parece especialmente entusiasmado, pero casi enseguida sus dedos no pueden evitar participar y empieza a hacer cosquillas en mi vulva. Retiro mi mano para abrazarle con ambos brazos, mientras él se lanza a acariciar.

Con los dedos, acaricia mis labios, los aprieta suavemente y masajea, y su dedo medio busca mi centro, juega con mi calor, tienta mi rajita. El agua caliente hace que sea más fácil, y apenas roza mi clítoris, me estremezco entre sus brazos y mi piel se pone de gallina, aún bajo el agua caliente. Continúa acariciando mientras veo que sonríe, pero esta vez, es una sonrisa pícara, sin tristeza. Su dedo empieza a hacer círculos en mi botoncito, muy suaves y lentos. Las piernas me dan temblores y amenazan con no sostenerme, mi sexo rebosa humedad y el placer me hace sonreír y temblar.

Las cosquillas que parten de mi clítoris se comunican deliciosamente a mi abertura, mi coñito necesita algo dentro, pero se va a tener que conformar con esta pequeña tortura. Daniel no aumenta el ritmo, sigue haciéndolo despacito, para que yo lo saboree. Su frente se pega a la mía y nuestros ojos se encuentran. Me da un poquito de corte, lo admito, y se me escapa la risa, y a él también, mientras sigue con su trabajito y yo le abrazo del cuello y le acaricio los hombros y la cara.

Su dedo resbala sobre mi punto mágico y el placer se mezcla con un poco de escozor, pero muy agradable, mis caderas se mueven solas y los gemidos se me escapan sin que pueda evitarlo, ¡qué bueno! Me pica muchísimo por dentro, me pica incluso por detrás, sus dedos tocando sólo mi clítoris son una tortura, pero tan maravillosa… quiero más, quiero mucho más, que lo haga más deprisa, que me meta los dedos, pero el goce es más intenso por el deseo que siento, chispas de placer me atacan en mi perlita y se extienden por mis piernas y mi espalda, casi me hacen saltar. No puedo conservar los ojos abiertos del gusto que siento, me da la impresión de no tocar con los pies en el suelo… más, por favor… más…

Alentado por el movimiento de mis caderas y mis jadeos, Daniel acelera el ritmo, ¡oh, sí! Me encojo de placer entre sus manos y le miro con una sonrisa cachonda y feliz. Veo ternura en sus ojos, pero también deseo… y un poco de frustración, pero no se detiene por ello, acelera más aún y con la punta de sus dedos acaricia también los labios, por Dios, qué bueno, más, más… Las chispas de gusto que antes me atacaban se han convertido en latigazos eléctricos de placer, mucho más largos en intenso, que me llenan de profundo bienestar y anuncian mi orgasmo, que pronto no podré contener, es maravilloso, me encanta, sigue… mi indefensa perlita tiembla de alegría bajo tus hábiles caricias… Daniel no deja de sonreír, ahora parece más contento… qué guapísimo está bajo el chorro de la ducha… ¡oh, tengo que besarte, ven aquí!

Nuestras bocas se funden en un beso delicioso, su lengua profana mi boca, sus dedos aceleran, y no soy capaz de aguantar más. Lanzo un profundo quejido que Daniel absorbe con su boca mientras el placer hace explosión en mi clítoris y se expande furiosamente por mi cuerpo, tensándome como una goma, olas de gusto me recorren la piel… y luego, la dulce relajación, sintiendo las palpitaciones de mi sexo, la caricia de bienestar que me invade dulcemente y la sonrisa de satisfacción que se abre en mi cara… mmmmh, qué rico, qué sensible estoy ahora, si siguiera tocándome, podría tener fácilmente otro más, pero en lugar de pedírselo, le abrazo contra mí y… espera, ¿qué es…? Le separo un momento y miro hacia abajo. Ni Daniel lo ha notado, pero…

-Vaya, vaya… hola, "pequeño Daniel", ¿cómo has estado? Te hemos echado de menos… - Daniel sonríe, ahora plenamente feliz y hasta con un aire de suficiencia. Le devuelvo la sonrisa y le abrazo con una pierna. Se frota contra mi sexo húmedo y juguetea un poco en la entrada. – Te quiero, Daniel… Nunca, nunca voy a abandonarte y cualquier problema que tengas, te ayudaré a resolverlo, como tú me ayudaste a mí. Siempre estaré contigo.

Mi novio da un ligero movimiento de caderas y yo no puedo evitar gemir de placer, pero cuando se mete más al fondo, el placer me da un subidón indescriptible, todo mi cuerpo se estremece, convulsiona y tiembla, mi grito de gozo resuena en el baño y el estallido de gusto me hace casi resbalar con las piernas flojas… mmmh… después de un orgasmo, mi sensibilidad es tan alta… Daniel se ríe suavemente, feliz por haber conseguido que me corriera.

-¿Ya… ya lo ves… cómo puede sucederle a cualquiera….? – jadeo, satisfecha y temblorosa – Ahora, la que se ha corrido nada más empezar, he sido yo… ¿verdad que no vas a dejarme por eso….?

Puedo ver en sus ojos un sentimiento mucho mayor de lo que yo misma imaginaba. Su mano me acaricia la cara con el dorso de los dedos, me mira a los ojos y los labios alternativamente, veo que La Pregunta va a salir de su boca una vez más…

-No. Daniel, no lo hagas, no es justo, no me lo preguntes ahora, no seas chantajista, por favor…

-No te lo pregunto… te lo ruego. Por favor, Mati, cásate conmigo. Di que sí. – quiero decir que sí, de veras lo quiero, pero… me da demasiado miedo, demasiado asco la idea del matrimonio… pero, ¿cómo se le dice a un hombre que te mira como si le acabaras de salvar la vida que no quieres casarte, ni con él ni con nadie….? Pero Daniel sonríe con picardía y pega un bombeo de caderas.

-¡Aaaaaaaaaah, sí!

-¡Lo has dicho! – se ríe a carcajadas y yo intento indignarme, enfadarme, quitarme de su abrazo… pero el placer es demasiado fuerte y no lo logro. Lo único que consigo es abrazarle fuerte contra mí y besarle la cara y los hombros mientras no deja de bombear, y ya no sé ni qué es lo que quiero… sólo quiero que esto siga igual, que no cambie nada… no quiero huir, pero tampoco casarme… ¿qué puedo hacer?

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