El relato de Joana (3)

domingo, 8 de agosto de 2010

EL PLAN SE INICIA


Decir que había pasado casi tres cuartos de hora sola, aburrida y con una sed de caballo (no se atrevía a dirigirse a la barra, por temor a los toqueteos) sería poco; cuando, por fin vio aparecer a Álvaro con un cubata en la mano, su cabreo era monumental. Perdió los estribos (como siempre) y de pie, el bolso balanceándose, los brazos en jarras y las tetas bamboleando por el jadeo de la rabia, empezó a chillar:

- ¡Desgraciado! ¡Cabrón! ¡Cómo te atreves a dejarme así tirada y sola!

La tenue sonrisa que traía Álvaro desapareció al momento y semejó desplazarse al resto de gente que observaba divertida la escena.

- Hostias, Joana; siéntate y tranquilízate, que estás montando un espectáculo.

- ¡Pero cómo te atreves a darme órdenes! ¡Machista de mierda! ¡Hijo de puta! – el tono iba en aumento. Las mejillas, rojas; el cabello, revuelto; la rabia casi la impedía hablar y de nuevo los golpecitos con el índice en el pecho del joven - ¡Quién te crees que eres!, ¿el niño bien? ¿El buenorro con el que todas follaríamos?

Harto, pero muy calmoso, con mueca de desprecio, Álvaro dejó el cubata en una mesilla, tomó a Joana de los brazos y la obligó a sentarse con tal violencia que la chica se quedó sin habla y casi sin vestido, porque éste quedó arremangado de tal modo que las enormes nalgas y parte de la braguita quedaron a la vista de todos los testigos de la bronca. Sin ser consciente de ello, Joana seguía hipando (las tetas subían y bajaban, subían y bajaban); fue Álvaro, frío aún, quien se lo hizo notar, señalando en dirección al coño:

- Cúbrete.

Notando cierto calor en su rostro, así lo hizo Joana.

- Mira, Joana – se había sentado también y se había cubierto el rostro con sus manos; ahora las apartaba y la miraba fijamente -. Estoy harto.

Ella había ido recuperando una respiración más calmosa, pero aún era incapaz de articular una palabra.

- Llevamos… ¿dos horas?... de novios y ya me has insultado varias veces… No eres la mujer directiva y con dominio de sí misma que dices…

Joana se iba dando cuenta de su error y le daba miedo, mucho miedo, el tono pausado y frío de Álvaro.

- Yo… yo, lo siento – hipó.

- No, chica, no – sorbo de cubata, ante la sedienta mirada de Joana -. No, chica…; esto así no puede seguir.

- ¡Es esa puta de Vania! – de nuevo, la rabia empezaba a apoderarse de sus pupilas verdes - ¡Acabas de estar con ella! – no sabía lo certero de su exclamación.

- Mira, no sé de qué me hablas y estoy hasta los cojones – tono serio; otro sorbo -. Ahora sí que me largo, y con Vania.

Hizo ademán de levantarse, pero unas garras como de leona se lo impidieron; de nuevo el vestido se había remangado, mostrando el inicio de una braguita negra. La desesperación se leía en el rostro de la chica.

- Espera, no te vayas, espera… - era inconcebible que aquella furcia la venciera, a ella…, eso no - ¿Qué quieres que haga?

Una fina sonrisa se dibujó en la cara de Álvaro: «es despreciable; es como una puta que se vende fácilmente.»

- Demuéstrame de verdad que me quieres.

- Claro que te quiero, ¿cómo no voy a quererte? – sin darse cuenta de que el vestido ya casi quedaba en la cintura, se había ido acercando a él, en un intento de acariciarle la mejilla.

- Vale, Joana. Pero tienes que prometerme que me vas a obedecer y a dejar de lado todas esas gilipolleces de machismos y tonterías – tercer sorbo.

Frente a la posibilidad de que Vania triunfara, toda aquella fachada de feminista, de independiente de los hombres se desmoronó como un castillo de naipes: Álvaro era suyo, y era sólo para ella.

- Haré lo que tú me digas, te lo aseguro – y sin atreverse a añadir nada más vio, desesperada, que el chico acababa el cubata.

- Venga, vamos fuera; estaremos mejor.


EL PLAN CONTINÚA


Salieron los dos entre el gentío; Álvaro iba pegado a ella, detrás, sujetándola de los hombros: no fuera a ocurrir que alguno le tocara el culo y tuvieran otro espectáculo. El meneo de las nalgas rozando su polla provocó en ésta una poderosa erección… ¡Vania lo había puesto a tono!

Una vez fuera, la cogió de la mano:

- Ven, Joana; vamos a pasear por el bosque… El aire nos sentará bien.

Se encaminaron hacia una frondosidad de pinos y matorrales; poco a poco, el canto de los grillos apagaba el sonido de la discoteca… Joana rebuscaba y rebuscaba en su mente artículos que le hubiesen hablado del deseo de dominio del macho, y los encontraba o, mejor dicho, encontraba aquellos que le interesaban. Entre tropezones y chasquidos de ramas pisadas, evocó uno en especial que instaba, a veces, a obedecer ciegamente si se quería dominar al varón…; a este artículo se agarró desesperada por vencer a Vania.

De pronto, Álvaro se detuvo y se volvió hacia ella; no se oía ni el rumor del mar; debían de estar muy alejados de la discoteca. La cogió de los hombros:

- ¿De veras me quieres, Joana?

Quince centímetros la separaban de sus ojos; su corazón galopaba sin freno.

- Sí – musitó, moviendo afirmativamente la cabeza, como si con ello lo fuera a convencer.

- Ven aquí.

La sorprendida Joana se sintió de repente besada con pasión, mientras que una de las manos del chico (la otra reposaba en su nuca) recorría una de sus nalgas hasta, tras separar la tirilla de la braguita, juguetear con los dedos en el húmedo templo del sexo. Joana se sintió desfallecer de placer, pero no sabía reaccionar; de hecho, sus brazos seguían colgando inertes.

Él apartó los labios:

- ¡Coño, Joana, un poco de pasión! ¡Abrázame!

Ella lo intentó hacer torpemente; con suavidad, Álvaro cogió una de sus manos y la llevó a su entrepierna… ¡Dios mío! ¡Qué objeto más duro! Joana creyó perder el sentido. Dejó la mano ahí, sin saber qué hacer, mientras notaba que la de Álvaro campaba a sus anchas por el empapado coño…

- Oooohhh – gimoteó. Notaba las tetas durísimas y los pezones en bayoneta. Pronto se cansó Álvaro ante su pasividad.

- Bien, Joana. Si realmente me quieres – tragó saliva: era ahora o nunca – te desnudas y me haces un francés en esa piedra de ahí…

¡Eso era! ¡Eso decía el artículo! La mente de la incauta Joana creía haber hallado la solución: sumisión total para, luego, hacer con el macho lo que una quisiese. Se le iluminó el rostro y sonrió, agradecida a sus lecturas (ese gesto sorprendió muchísimo a Álvaro).

- Ve a sentarte – articuló al fin, mientras dejaba el bolso entre la maleza. Desconcertado por la facilidad, Álvaro se sentó en el peñasco, abiertas las piernas. Sin dudarlo (¡qué confianza en las revistas «especializadas»!), la joven se quitó el vestido: las enormes tetas, duras, erectas, quedaban ceñidas a duras penas por el sujetador; los potentes muslos, las inconmensurables nalgas, convertían en tanga la braguita. Hizo ademán de seguir desnudándose… «en bragas», había dicho Vania.

- Vale, ya está. Ven.

Joana se acercó y se arrodilló frente a la entrepierna de Álvaro; una mueca de dolor atravesó su sonrosada carita:

- Hay piedrecillas…

- Es un momento, chica; tú eres una mujer fuerte, una futura directiva.

Tenía razón; ¿cómo no iba a soportar ella, adalid de la mujer emancipada, aquel pequeño tormento? Haciendo de tripas corazón, resistiendo estoicamente las molestas punzadas de los guijarros, procedió a correr la cremallera. Ante sus sorprendidos ojos, se alzó un pene de dimensiones respetables. Lo empezó a acariciar con una mano, mientras con la otra se apoyaba en una de las rodillas de Álvaro. Elevó sus verdes pupilas hacia el guapo rostro del muchacho, que mantenía cerrados los ojos, como ido a otro mundo.

- ¿Qué hago ahora? ¿La beso?

- Ooohh…, sí…, te la metes en la boca y chupas…ooohhh….

Sin dejar de acariciar aquel tótem de mármol, recordó que el francés era una de las posturas que más comentaban las revistas femeninas: cómo dar placer a tu chico… ¡eso era! Sin embargo, su memoria le fallaba.

- Venga, Joana – gimió Álvaro, sensible a las caricias y apretujones que recibía su polla.

- Voy…


LA MAMADA


Se hubiese corrido de gusto al notar en su boca aquel compacto bloque, pero el continuo picoteo de las piedras en sus rodillas no se lo permitió. Una curiosa emanación de mezcla de olores, que creyó identificar, acertadamente, con orina y flujos vaginales (la impronta de Vania pasaba a su boca) estuvo a punto de hacerla cejar en su empeño de procurar placer a Álvaro, pero, terca como una mula, se aplicó a esa función: ¡no iba a permitir que esa furcia, Vania de las narices, se saliera con la suya! Ella iba a conseguir a ese hombre y a hacer que comiera de su mano. Tales pensamientos se veían a menudo interrumpidos por el agudo dolor que le producían los guijarros que se incrustaban en su piel haciendo que se balanceara sobre sus rodillas y provocando a su vez, quizá a la vista de algún insecto nocturno, el bamboleo de sus nalgas en cuya raja se metía, molesta, la braguita.

No es que chupase con gran sentido; repetía una y otra vez el mismo movimiento, llegando con sus labios a la mitad del pene y volviendo a subir hasta la punta, pero tampoco se podía pedir mucho más: a la inexperiencia se añadían muchas molestias, el calvario de las piedras, la braga ensartada en su coño, el sudor que poco a poco inundaba su cuerpo…

No tardó mucho en notar en su cabeza las manos de Álvaro, que la impelían a meterse la polla hasta el fondo. De hecho, empezó cierto golpeteo de la punta del miembro con la campanilla de su paladar. Resbaló la mano que aún mantenía sobre la rodilla del chico y se apoyó también, como la otra, en el pene. ¡Jesús! ¡Cómo aguijoneaban ahora las putas piedras!

Sus lamentos, convertidos en sordos gemidos (la polla ocupaba señorial todo el ámbito de su boca), impresionaron gratamente a Álvaro, que los tomó como muestras de placer, lo cual llevó su excitación casi al máximo, hasta el punto de, inconsciente, clavar sus dedos en la negra melena de Joana.

Chorreaba sudor a mares, las rodillas parecían ya despellejadas, se añadía ahora la tortura de unos dedos que presionaban salvajemente en su cabeza… No podía soportarlo más, aquello era horrible; rabiosa, intentó en vano librarse de las poderosas manos de Álvaro, quien, al notar tales meneos, llegó al culmen de su placer y gritó:

- ¡Me vooooyyyy!

Cual manguera, el semen se esparció en potentes ráfagas por la boca de Joana; se vio obligada, si no quería fallecer ahogada o asfixiada, a tragar todo aquel líquido pastoso con cierto sabor a ginebra… Parecía que aquello durase un mundo, pero, sin embargo, pronto cedió la presión del bombeo (podía ahora tragar con más calma) y también la de los dedos en su cabeza. El mármol se convirtió en carne, soltando aún algún chorretón de semen que se metió entre sus dientes y labios. Sin darse cuenta, Álvaro la empujó hacia atrás y Joana cayó de culo sobre unas ramitas, y así quedó, sentada y sudorosa, mientras se pasaba el reverso de la mano por la boca.

- Guauuu – sólo pudo decir el joven.


UNA PREGUNTA COMPROMETEDORA


Hubo unos instantes de silencio rotos sólo por el canto de los grillos; Joana se examinaba detenidamente las rodillas, enrojecidas por la acción de las piedras. Álvaro fue el primero en hablar:

- Uuufff… Muy bien, cariño – estaba sentado apoyándose en sus codos con la polla, vencida ya, aún al aire.

- Me he hecho daño – gimoteó Joana, mientras seguía observándose las rodillas; en su paladar, todavía persistía el gusto almendrado a ginebra.

- Lo siento, chica; de veras que lo siento – sus ojos habían pasado del trasero de Joana a observar el cielo estrellado.

La joven se levantó; expulsó de sus nalgas los restos de ramitas y guijarros, se acomodó la braguita y se dirigió hacia donde él estaba:

- Déjame sitio, anda.

Así lo hizo Álvaro, mientras se subía la cremallera; sentados el uno junto a la otra pasaron de nuevo unos instantes en silencio.

- ¿Tienes tabaco? – preguntó de pronto Álvaro.

- En el bolso.

El chico se levantó y se encaminó hacia éste; lo abrió y empezó a rebuscar en él.

- ¿Qué haces? – chilló Joana - ¿Cómo te atreves a mirar mis cosas? ¡Tráelo aquí!

Dócilmente, Álvaro marchó hacia ella y le entregó el bolso; una agradable sensación interna de triunfo se apoderó de Joana… ¡las revistas tenían razón! ¡Ya podía hacer con él lo que quisiera! De hecho, empezaba a confundir cansancio con sumisión y ese autoengaño se iría acrecentando alimentado por Álvaro. Sacó un cigarrillo y le tendió otro a su chico; los encendieron y pronto volutas de humo con suave aroma a tabaco rubio envolvieron el ambiente. De lejos, las puntas incandescentes de los cigarros descubrían, a ratos, sus rostros.

- ¿Sabes? – esta vez Joana empezó a hablar – Leí un artículo en «En Femenino»…

- ¿En Femenino? ¿Qué es eso? – preguntó Álvaro.

Cara de fastidio de su novia.

- ¡No me interrumpas, coño! En Femenino es una página web dedicada a mujeres; bueno, te decía que leí un artículo en el que se explicaba que después de un acto de sumisión suprema – se giró, mostrando en sonrisa radiante sus perfectos dientes – la hembra hace suyo al macho para siempre… Como si la sicología masculina aceptase ese sacrificio como algo único y quedase grabado en su mente para siempre - ¡qué bien había hablado! ¡Qué orgullosa se sentía! No tenía dudas de que había impresionado a Álvaro, que la miraba boquiabierto.

En realidad, su compañero estaba alucinando: ¿qué cojones le estaba contando? O sea, que la mamada no había sido por amor o cariño, sino un acto de sacrificio para tenerlo sometido a sus caprichos… ¡Esa tía era una hija de puta! Y, además, tonta de remate: ¿a quién se le ocurriría (excepto a un idiota) hacer tal confesión? No obstante… uuummmm …, quizá algo bueno podría sacar de tanta gilipollez.

- ¡Qué interesante! – acertó a decir. Sonrió a su vez – Sin embargo, si me permites, no tienes mucha experiencia, ¿verdad?

Las sonrosadas mejillas de Joana enrojecieron violentamente; apartó su mirada y la dirigió al bosque; ¿cómo se atrevía a decirle eso después de lo que había hecho? Temblorosa, la rabia volvía a crecer en su interior, dio una calada.

- ¿Y a ti qué te importa? – se le encaró, airadas las verdes pupilas - ¿Vania, esa zorra, te le chupa mejor que yo?

Ahora fue Álvaro el que desvió la mirada y dio una chupada al cigarro: ¡no puedo más o esto acabará conmigo! Contrólate, contrólate… En el silencio se oía la respiración agitada de la chica; por el rabillo del ojo vio como aquellos pechos subían y bajaban pugnando por abandonar la estrecha prisión que los ceñía… Bien, se dijo, vamos al contraataque y a acabar ya con esta estúpida.

- Joana, tú que sabes tanto… ¿qué papel juega la sinceridad en una relación de pareja?

Aquello la desarmó totalmente; de golpe, su rostro crispado se dulcificó en una gran sonrisa. ¡Todo empezaba a encajar! Sometido y dócil, Álvaro le pedía opiniones, consejos; al fin se daba cuenta de su inteligencia superior, de su conocimiento del ser humano y de las relaciones personales.

- Uuufff…., hay mucho escrito sobre ello y muchas ideas…

Álvaro le puso una mano sobre el muslo y con la otra, suavemente, la cogió de la barbilla y la obligó a mirarlo de nuevo:

- Me interesa la tuya.

Enrojeció otra vez violentamente; la suya, la suya… Se dio cuenta de que no tenía ninguna opinión propia, así que contestó de corrido algo que había leído y recordaba en aquel momento:

- La sinceridad es un pilar indispensable en una relación de pareja.

Aquellos maravillosos ojos azules le miraban con tranquilidad; notó que, con ternura, la obligaba a acercarse y que le besaba amorosamente los labios. Sin nada ahora que le doliese o molestase, cierta humedad volvió a apoderarse de su coño.

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