Los esposos aburridos...

domingo, 8 de agosto de 2010

Julián continuaba inmóvil. Sabía que cualquier ruido echaría abajo el plan. Convencer a María Isabel había sido en extremo difícil, y no quería perder ésta oportunidad. Luego de diez años casados, teniendo relaciones de todas las formas posibles, debían intentar nuevos métodos que devolvieran la excitación inicial. Tenía treinta minutos esperando que comenzara la acción. Nunca pensó que los careos iniciales fuesen a durar tanto. Sin embargo, cuando pudo ver por la rendija que la pareja se aproximaba a la habitación, comprendió lo ocurrido: todo había empezado en la sala.

Al verlos se encendieron los nervios de su cuerpo. Comenzó a transpirar, sintiendo una erección dura entre las piernas. La mujer frente a sí aparecía bajo otra luz, y se mostraba en su mejor forma. Al joven nunca lo había visto. Aunque buscaba a su señora en la oficina a diario, y conocía a la mayoría de los empleados, a éste en particular no lo recordaba en absoluto. Era blanco, buena estatura, y figura promedio. Se veía alegre y excitado, no creía su suerte. Aunque María era mayor por diez años, no aparentaba su edad. Medía un metro sesenta, piel blanca y cabello teñido de amarillo. Poseedora de una figura definida, estaba balanceada en todos los flancos.

La pareja comenzó con besos y caricias. Ella era una mujer pequeña, pero en carnes, y con redondos senos de silicón. Hacía tiempo que calentaba a su compañero. Primero indirectas simples, para luego pasar a la invitación descarada. Si bien al principio se había negado a representar el papel, debía reconocer que no se sentía así de fogosa en años. Saber que su esposo la observaba la calentaba al máximo. Había escogido la ropa más erótica. Desde la falda hasta las bragas, pasando por los sujetadores y las medias, todo estaba cuidadosamente estudiado.

Agotada la etapa inicial dieron paso a la segunda parte del plan. María no quería perder la oportunidad, ahora que todo marchaba sobre ruedas. Guió al joven para que quedara lateral a la rendija desde donde su esposo husmeaba. Quería que éste tuviese un primer plano de lo que estaba a punto de ocurrir. Con manos expertas bajó el cierre de los pantalones, para acto seguido deslizarlos hasta los tobillos. Miró al joven antes de que los interiores siguieran el mismo camino. Eduardo no podía estar más excitado y expectante. Sabía lo que iba a ocurrir a continuación, estaba preparado para ello.

María los tomó a ambos lados y los deslizó hacia abajo. Primero no veía nada, pero de un momento a otro saltó lo que tanto había esperado. El pene era de tamaño promedio a grande. De hecho, era superior al de Julián y más grueso. Sin demoras se adueñó del miembro tomándolo por el medio, y dando sendos lengüetazos a la cabeza. Dos, tres, hasta cinco lamidas de helado, al tiempo que lo pajeaba.

A esas alturas ya Julián tenía el miembro afuera y lo sobaba con calma. Sabía que el espectáculo recién comenzaba. Su mujer se había adueñado del palo y lo mamaba a lo grande. Eduardo tenía la cara alzada al aire, con los ojos cerrados, y actitud de imploración. Gozaba, cómo no, gozaba de lo lindo. Después de unos minutos de intenso bombeo, María lo invitó a que se acomodara en el lecho y disfrutara del momento. Obediente se acostó en el colchón, donde se deshizo de sus últimas prendas. María se paró frente a la cama, y desvistió su cuerpo poco a poco y con sensualidad. Sandalias, medias, falda, franelilla, sostenes y bragas ocuparon su lugar en el piso de la habitación.

Los hombres miraron la hermosa figura. Ambos esperaron éste día, aunque por distintas razones. Eduardo la veía por primera vez y Julián a diario, aunque nunca en esas circunstancias y ante esa nueva luz. Tenía piernas bien formadas, sin marcas ni varices; un rabito chiquito y apretadito, y unos hermosos melones de silicón con pezones grandes y marrones. Había dado a luz en una ocasión, pero era imposible notarlo a simple vista. Llevaba todo el cuerpo depilado al ras, inclusive el ano.

Sin mayores preámbulos se acomodó junto a Eduardo. Al momento en que el joven la tomó para dejarla con la espalda apoyada en la cama y el sexo expuesto al aire, ella le hizo saber que una lamida, aunque fuese muy buena, no calmaría la sed de sexo que en ese momento la embargaba. Tenía que montarla. El calentamiento había pasado, lo que ella necesitaba era acción.

Eduardo se saboreó con el bollito lindo y depilado que se le ofrecía como un manjar. Esa cuquita rica iba a tener lo que se merecía, y de inmediato. María era una mujer muy putica que engañaba a su marido, y eso a él no le importaba en lo más mínimo. Lo único que siempre había querido hacer era hincarle el diente a su compañera de trabajo. Por eso la tomó, y con cuidado de no desperdiciar la experiencia, pasó un poco la cabeza a lo largo del sexo, como el que quiere pintar algo a brochazos. La respuesta fue inmediata. El sexo estaba mojado y sudoroso. Se podía sentir el olor almizclero de la lujuria exudando, al tiempo que se preparaba para recibir el miembro.

María Isabel abrió las piernas, y sintió como centímetro a centímetro se desplazaba el miembro entre su cavidad. Tenía todo el hueco lleno de güevo, y le encantaba. Dejó que entrara hasta la base, y ahí comenzó a mover la pelvis de arriba abajo de modo que masajeaba el sexo. Eduardo se había acomodado sobre su pecho, y lamía sus pezones sin que el ritmo de su penetración se interrumpiera. Gemía de placer al igual que lo hacía su cuquita. Ya empezaba a sentir las cosquillas que preceden al orgasmo, y los muslos se contorneaban bajo pequeños espasmos. Sabía que a los jóvenes se les hacía más difícil controlar la eyaculación, y de verdad quería que ese momento no fuese a durar tan poco. Pero de igual forma se le hacía imposible detener el ritmo y las emociones que experimentaba. Había sentido el aumento de la velocidad en cada envión, y todas las señales le indicaban que debía parar, pero sencillamente no podía.

A estas alturas Julián sudaba a mares en su escondite. Era tanta la excitación, que creía haber hecho pequeños ruidos, que por suerte habían pasado desapercibidos. No creía lo perfecto que estaba saliendo todo. Parecía una película pero en la realidad. Su mujer era una puta, pero una muy rica. Apenas saliera ese muchacho de la casa le daría una buena parte de lo que se merecía a la muy gozosa.

Eduardo empujó y empujó sabedor de lo que se aproximaba. Al igual que María Isabel no quería parar. No le importaba quedar un poco mal con su pareja si el gozo era tanto. Era una apuesta que estaba dispuesto a perder. Sin saber que ella también gozaba a lo grande, aumentó el empuje de sus caderas. Los gemidos se convirtieron en pequeños gritos de placer, que hacían coro con los chirridos del colchón. Todo gemía en la habitación, incluso Julián desde su escondite. El chorro de leche espesa y caliente manó de la cabeza dentro del sexo de María Isabel que gustosa se abandonaba en un orgasmo largo y espasmódico. Aún después de que saliera la última gota de semen él continuo empujando, y ella se siguió contorneando. Cuando todo hubo acabado, y el pene salió por su cuenta ya flácido, María lo tomó entre sus manos y lo lamió hasta dejarlo completamente limpio.

Ambos permanecieron acostados un rato sin hablar. Estaban alegres, y se notaba. Eduardo supo que debía abandonar la casa al cabo de unos minutos. Al final de cuentas eran amantes, y como tal debían manejarse. Sin palabras innecesarias, se puso la ropa, y a través de una última mirada ambos dijeron como se sentían: súper bien. Apenas Eduardo salió de la casa María Isabel se dio media vuelta, y acostada con las nalgas al aire sintió como un nuevo miembro caliente y húmedo la penetraba hasta el fondo. Esta vez era el de su marido. Todo había vuelto a empezar…

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