Tumbado en mi cama

domingo, 8 de agosto de 2010

Tumbado en mi cama, antes de quedarme dormido, quise recordar un beso tuyo para poder dormir tranquilo. Mis ojos se cerraron y a mi mente llegó la imagen de tus labios carnosos, suaves y juguetones sobre los míos. Se movían con maestría, lento al principio, apasionada y ferozmente después. Se aferraban a mi labio inferior y hacían sus delicias cuando lo rozaban con la punta de tu lengua. Tu lengua… sólo el pensar en ella me hace estremecer.

Comencé a sentir tu lengua peleando con mis labios para hacerse hueco dentro de mi boca, haciéndolos temblar tanto que generosamente pierden la batalla. Objetivo alcanzado: tu lengua roza la mía, que despierta y, sacando fuerzas allí donde el placer la deja, comienza a bailar con la tuya, en una danza en círculos que no tiene final. Perdiendo la timidez, ambas lenguas salen al exterior y se lamen lentamente, punta con punta, en un erótico saludo que invita a continuar.

Y es entonces, cuando recuerdo cómo tu boca desciende a pasearse sobre mi cuello, cuando instintivamente mi mano se me cuela dentro del pantalón. El calor que desprendo se compensa con los escalofríos que me hacías sentir cada vez que el aire tibio que salía de tu nariz me acariciaba debajo de la barbilla, y tu boca se cerraba sobre el lóbulo de mi oreja. Mil y una descargas eléctricas recorrían todo mi cuerpo con cada movimiento de tu lengua sobre esa bendita zona. Y mil y una hormigas siento en la entrepierna mientras muevo mi mano en círculos recordando aquel momento.

Ahora soy yo quien besa, quien aparta tu cabello y juega con tus pendientes a ser el dueño de tu oreja. Cuando te siento temblar es cuando me doy cuenta de que había ganado el juego aún antes de empezar. Con la mano que no sujeta tu pelo camino lentamente por el centro de tu espalda y, sin ser consciente de ello, desabrocho tu sujetador. Me miras. Te muerdes el labio, pícara. Aquí, solo en mi cama, yo también muerdo el mío. Ya está todo dicho, ya no hay marcha atrás. Nuestras camisetas vuelan al instante, y nuestras manos palpan cada centímetro de nuestra semidesnudez. En mi cama mi camiseta también ha volado, y me dispongo a deshacerme de mi pantalón.

Mi otro pantalón, el de mis recuerdos, es el que te mueres por desabrochar mientras mi boca se bebe tus pechos. Qué digo, se los come. Primero el izquierdo: mientras acaricio el derecho con mi mano traviesa, la punta de mi lengua traza húmedos círculos alrededor de tu pezón despierto. Subo la velocidad, muerdo, lamo. Consigues quitarme el cinturón, y es entonces cuando no puedo más. Mi boca se abre al máximo intentando saborear hasta el último centímetro de tus senos. Están suaves. Tengo ganas de comerte y tus pechos disfrutan siendo comidos.

Último botón: mis pantalones caen al suelo y, con dos ágiles movimientos de mis piernas me deshago de ellos. Tu mano, lasciva, me acaricia el bulto máximo que lucha por salir del interior de mis calzoncillos. Para recordar aquella bendita sensación en la soledad de mi cama, mi mano sale del interior de ellos y comienza a acariciar mi miembro sobre la tela con la palma abierta, haciendo que mi entrepierna se derrita de calor.

A esto te agachas, me la sacas con una mano y con la otra me quitas la única prenda que me quedaba, mis calzoncillos, que caen dócilmente al suelo. Me miras hambrienta. Me encanta que me veas desnudo. Me encanta que me mires la polla. Y me la miras con deseo cuando pretendes metértela de un solo golpe en mi boca. Te empujo y caes sobre la alfombra. No te voy a dejar… no todavía. Con agilidad felina te quito los pantalones, te beso el ombligo y, mientras mi boca va bajando, lo van haciendo tus bragas ayudadas por mis manos. Tus caderas se levantan deseosas para facilitar la tarea. Es la señal, nada de preámbulos. El olor de tu coño me llama, y mi boca se abalanza sobre él, ávida de su sabor. Relamo mis labios de placer cuando recuerdo el sabor intenso de tus flujos, y mis calzoncillos vuelan más allá de mi cama. Ahora estoy solo y desnudo, y mi miembro palpita firme, pidiéndome acción. Aún no, de momento quiero seguir recordando.

Y recuerdo cómo gimes cuando la punta de mi lengua, o mi lengua al completo, ejercen presión sobre tu clítoris rosado. Aún siento en mis dedos el calor de tu interior cuando te follo con dos dedos, fuerte, como a ti te gusta. Y, cuando te siento temblar y mi cabeza se mueve al son de tus espasmos, te miro deseoso, suplicando con la más lujuriosa de las sonrisas que me digas esas palabras que tanto me encienden: "Métemela ya". Pues te haré sufrir. Cierro tus piernas y me pongo de pie. Tomo tu cabeza entre mis manos y acerco la punta de mi miembro a tus labios. Te los acaricio con ella. Sé que te gusta, sé que te mueres por comértela, pero sigo sin permitírtelo. Tu lengua sale a su búsqueda, juguetona, y mis piernas tiemblan con cada contacto. Es entonces cuando, pillándote desprevenida, te la meto en la boca de golpe. Y, tras la sorpresa inicial, sabes muy bien lo que hacer.

En mi cama no puedo más. Me la agarro con fuerza y muevo las caderas al son del recuerdo de tus labios. La saliva se me amontona cuando recuerdo mis huevos dentro de tu boca, y mis manos comienzan a tomar velocidad. La misma que tuve yo cuando te empujé nuevamente sobre la alfombra y, sin dejar que te acomodaras, te la metí de un tirón. Y, también sin pensarlo, comencé a balancearme sobre ti. Comencé a follarte salvajemente, nuestra respiración acompañada por el sonido de nuestras caderas al chocar, nuestras lenguas en un pulso indomable. Dios, dentro de ti se está tan caliente…

Casi tan caliente como yo en mi cama. Ya se me ha olvidado que iba a dormir. Ya solo quedamos mi polla, tu recuerdo y yo. Y el movimiento de mi mano se vuelve frenético.

Tanto en mi cama como en la alfombra el final es inminente. El sabor del orgasmo me llama, como si una ardiente mano invisible tirara de mi miembro con suavidad. Y como yo no quiero nada suave, el ritmo de mis caderas se acelera por segundos. El sonido del sexo jamás había sido tan fuerte y placentero. Estoy sudando, lo noto en mi espalda y entre mis nalgas. La boca se me hace agua. Me empujas las caderas con fuerza. En mi cama soy yo quien empuja con fuerza… Por un momento me olvido de pensar, y el placer más intenso me sacude con cada uno de mis espasmos. No lo puedo evitar: abro la boca y dejo escapar un sonoro suspiro, mientras notro como mi semen inunda tu interior. Con un último movimiento seco, termino y me dejo caer sobre ti. Me besas, sabes a mí. Y eso me encanta.

En mi cama tardo un segundo en volver a moverme. El olor a sudor y sexo inunda mi habitación. Me levanto, exhausto. Me vuelves loco. Sólo quería recordar un beso tuyo, y acabas de mostrarme una sesión de sexo intenso. Mejor así. Ya no tengo sueño pese a que es muy tarde. ¿Qué mas da?, de todos modos, antes de dormir, es mejor que me dé una buena ducha.

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